El vino entra por los ojos

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Las etiquetas de los vinos pueden ser de mil maneras: clásicas, con composiciones tipográficas, con grabados, sellos, imágenes de paisajes pero también pueden ser simples, austeras, llamativas, rompedoras o minimalistas. Hoy entrar en una tienda de vinos es como adentrarse en un pequeño museo del diseño. Haced la prueba. Si el vendedor os pregunta qué buscáis, decidle que “etiquetas”.

¿Sabéis por qué razón comprasteis aquella botella de vino de la cual no sabíais nada? ¿Por el color del vino o por el diseño de la etiqueta? ¿Es casual esta repentina creatividad? Se calcula que en España hay en torno a unas 6.000 bodegas y Cataluña es la comunidad con mayor número de bodegas exportadoras del Estado español (1.295) y más de 5.000 vinos al mercado. Por lo tanto, hay una fuerte competencia entre las bodegas que obliga los productores a la diferenciación. Por lo tanto, hay que diferenciarse y comunicarlo.

¿Marketing o seducción?

La cultura del vino no sólo es un hallazgo del marketing que, además de buscar nuevos matices con cambio de marcas incluidos, permite tomar más riesgos a la hora de crear un diseño. Todo el conjunto eleva este producto a un nivel intelectual que quizás a veces no juega en su favor y aparta a posibles consumidores. Dos buenos ejemplos de esto son el Xitxarel·lo y la Bodega Suceso, que dedican buena parte de sus esfuerzos a comunicar con su imagen. Las pequeñas producciones de vino implican tiradas de imprenta cortos y, por lo tanto, inversiones no muy abundantes. Hecho que favorece la toma de decisiones arriesgadas en cuanto a diseño, en contraste con los productos de gran consumo.

Ejemplos arriesgados lo son las etiquetas de la bodega Suceso y la etiqueta del vino El Mentiroso es un ejemplo. El valor cultural que ha adquirido el vino, ha acabado por transferir a la etiqueta y a la botella un estatus de objeto de culto, pero también acontece una manera de acercarse a un público que hasta cierta edad no accedía en el mundo del vino, como hacen al Xitxarel·lo.

Los publicistas, de la mano de los diseñadores, podemos, siempre con la vista puesta al mercado, sacar lo mejor de nuestra creatividad. Sólo hay que ver el ejemplo en estas dos pequeños bodegas. La imagen tiene que responder a varias necesidades. La etiqueta tiene que tener alma, tiene que dar confianza con el precio. Y por eso, hay unos códigos, como indica el diseñador de etiquetas de vinos, Xavier Bas. En el apartado del color, el blanco en una etiqueta denota pureza y si la textura del papel es agradable, también nos está diciendo que la textura del vino lo será. A pesar de que, como apunta, también hay vinos de 5 € con dorados a su etiqueta. Aquí reside el hecho diferenciador, el hecho de saber comunicar.

Compramos y decidimos por los ojos, porque la mayor parte de nosotros no entiende de vino. Quim Vila, de Vila Viniteca, dice que un 99%. “Si queremos hacer llegar el vino a la gente, tenemos que hacer etiquetas que lleguen a la gente. Hacer que los apetezca probar ese vino”, dice Xavier Bas.